lunes, 1 de abril de 2013

Y se fue...


Ahora en la casa de los hombres buenos está mi abuelo. Allí, junto a otros paisanos, se cuentan sus historias, se envalentonan y juegan a las cartas pegaditos a la lumbre. Fuman, beben y hablan de sus mujeres, sus pecados y sus hijos. Alguna vez lloran y se abrazan, otras se enzarzan en discusiones sobre política y toros, y veces también se gritan, rompen sus copas y se levantan de la mesa sin llegar a las manos. Cuando llega la madrugada, ya cansados de escuchar machadas y bravuconerías, limpian sus navajas de restos de comida, recogen las cartas y apuran los vasos de vino, se encalan sus gorras y se cuelgan la chaqueta al hombro para irse a la cama.
Embotado de vino y de recuerdos mi abuelo se sonríe y piensa que Dios se ha equivocado con todos esos canallas. Lo que no sabe es que solo los hombres buenos temen no serlo.