viernes, 23 de septiembre de 2016

Llueve mal

En Padova llueve mucho, y llueve mal. Llueve tristeza, llueve desde dentro.

Llueve mucho y llueve mal.

Cada gota, en Padova, se llueve en soledad. Y todo se llena de pereza y de un hastío familiar.

Llueve.

Y en Padova también hay niebla, tanta niebla que te lloran las mejillas aunque sujetes bien las lágrimas. Y hace frío y hay un miedo tan húmedo que te cala hasta el tuétano. Y todos tienen miedo.

Y de noche, en Padova, la luz mortecina de las farolas se refleja en el suelo mojado, y entonces el asfalto tirita, y tú tiritas también.

Y en Padova, a veces, hay viento y se doblan los paraguas y sin paraguas también se doblan los que pasan. Y aunque la lluvia sigue y el cielo parece que se cae, la gente sigue andando, esperando algo de luz con un lamento inocuo y sin fuerzas que se les resbala por los labios.

La tierra, en Padova, bebe tanta agua que se llena y se hincha y se queda agotada de tanto aguantar.

Y en Padova, encima, nieva poco; y cuando lo hace, con su silencio acogedor, dura poco, porque al poco llueve y lo convierte todo en un fango ofensivo que te mancha las botas y cualquier esperanza se queda sucia.

En Padova llueve,

llueve mucho y llueve mal.