Un autobús de línea urbana, donde vibran las ventanas, sigue sin llegar a
desmontarse, su recorrido. Viajeros sin pudor, duermen desarmados y
con la boca flácida. Fuera la vida, con su ritmo nocturno y enfermizo.
Miradas ávidas y vestidos áereos se buscan y se desprecian, alimentando
un hambre soez, hincando la espina clavada. Aquí adentro el desaliento,
la jugada perdida, el rímel exagerado, el ardor de estómago. La noche
acontenta a pocos, genera entradas a muchos y saca a pasear la carne, la
risa forzada, el gran espectáculo del vacío a pleno rendimiento: c'è
niente dappertutto, ovunque. Se respira nada, se palpa nada, incluso
las cosas reales, de noche, se esconden y envilezen tras sutiles telas
tejidas de necedad, de puro vacío. Desde el autobús nocturno todo se
muestra en su estado más crudo e insignificante. Se oye entonces una voz
dulce y ensayada de locutora de radio que consuela a la mujer que llora
al otro lado de la línea, al otro lado; y desde aquí adentro resulta
complicado, exagerado, pensar en la vuelta a casa, en el momento de
mirar el reloj y enfrentarse al sonido irritante de las llaves, al clack
hueco de la cerradura (como el estallido sordo de una grieta), a la
bocanada de aire para atravesar el umbral, a la imagen ofensiva de la
cama sin tu almohada, a la rutina de la higiene mecánica, al cepillo de
dientes sin risas, enfrentarse al espejo donde se refleja nada, toda la
nada. Pese a todo, como el autobús, sorprendentemente todo avanza...y repito eppur si muove.