Aquí me tengo, cobarde (una herencia odiosa), escuchando a los viejos compañeros de la Universidad. Ahí están, anacrónicos, de nuevo Antonio y Miguel, poniéndome en entredicho, tambaleando un alma que quisiera, como la de los poetas, que fuera de encima.
Aquí me tienes, esperando los despojos de tu cariño, de nuestra historia. Mal vivo de recuerdos felices, sorprendido de no recordar más las discusiones y el desprecio.
Camino en silencio, abarrotado de ruido de gentes, de olas y portazos, lleno de soledad.
Miro a los demás cómo me miran, que me miran, y sonrío neciamente. No sé qué puedo decirles; no pueden con tus abrazos, con tu perfume de sábanas, con tu caricia infantil.
Me siento como uno de esos conocidos a los que se saluda por la calle con entusiasmo, con tanta distancia. Vas y vienes y no llego a entender de o a dónde. Confieso que tuve que ser un gran coñazo, una llaga en la planta del pie estos años, con mi ansia por ser, con mi necesidad de tiempo y de espacio hasta entender que no había ni uno ni otro, mientras siguiera esperando. Que ser no era una finalidad sino un acto en sí mismo, un infinito presente que fluye, una combinación preciosa (casi obra de orfebrería) entre la pasión y la indiferencia, la temeridad y el raciocinio, entre el amor y la libertad, entre tú y yo.
Cuando puedo me suspiro, y me río de mi y de todo el mundo, y sólo me quedo serio ante la luna, tan misteriosa con su brillo como la luz que busco en mi interior.
Ardo, quisiera dejar de pensarme para superar todas estas tribulaciones onanistas e insanas que empañan la vista.
Quedo mudo, miro e intento perdonar. Dejo que me crezcan las manos, que la garganta se ensanche, que la piel resbale sin miedo a caer y que huya el odio, que se quede sin espacio.
Tanta prisa, tanta prisa vacía... tanta soledad encubierta...tanta inseguridad fatal nos tiene este tiempo del capitalismo hediondo, cansados y perdidos, enemigos del vecino, aduladores de las armas, Miguel.
Todo vendido, todo vendido a los hijos de la técnica y la especialización, a los expertos de las vidas ajenas.
- La guerra madre, la guerra... - , decías, entre lágrimas, Miguel.
La violencia es pasiva, a ráfagas tan contundente que achica los corazones.
La impunidad nos roba valientes y se pierde el rumbo; nos llamarán a la guerra cuando se sientan ya preparados, cuando estemos solos ante la tele con una cerveza cansina en la mano.
Han perdido los bares su humo, y parece que con él su silla y su bastón. No se encuentra un purito ni una copa de coñac, ¿Se han muerto los bares, Antonio?, ¿quién ha quemado las tertulias y las residencias?, ¿se han ido ya los estudiantes, señor Mairena?
Aquí me tienes, esperando los despojos de tu cariño, de nuestra historia. Mal vivo de recuerdos felices, sorprendido de no recordar más las discusiones y el desprecio.
Camino en silencio, abarrotado de ruido de gentes, de olas y portazos, lleno de soledad.
Miro a los demás cómo me miran, que me miran, y sonrío neciamente. No sé qué puedo decirles; no pueden con tus abrazos, con tu perfume de sábanas, con tu caricia infantil.
Me siento como uno de esos conocidos a los que se saluda por la calle con entusiasmo, con tanta distancia. Vas y vienes y no llego a entender de o a dónde. Confieso que tuve que ser un gran coñazo, una llaga en la planta del pie estos años, con mi ansia por ser, con mi necesidad de tiempo y de espacio hasta entender que no había ni uno ni otro, mientras siguiera esperando. Que ser no era una finalidad sino un acto en sí mismo, un infinito presente que fluye, una combinación preciosa (casi obra de orfebrería) entre la pasión y la indiferencia, la temeridad y el raciocinio, entre el amor y la libertad, entre tú y yo.
Cuando puedo me suspiro, y me río de mi y de todo el mundo, y sólo me quedo serio ante la luna, tan misteriosa con su brillo como la luz que busco en mi interior.
Ardo, quisiera dejar de pensarme para superar todas estas tribulaciones onanistas e insanas que empañan la vista.
Quedo mudo, miro e intento perdonar. Dejo que me crezcan las manos, que la garganta se ensanche, que la piel resbale sin miedo a caer y que huya el odio, que se quede sin espacio.
Tanta prisa, tanta prisa vacía... tanta soledad encubierta...tanta inseguridad fatal nos tiene este tiempo del capitalismo hediondo, cansados y perdidos, enemigos del vecino, aduladores de las armas, Miguel.
Todo vendido, todo vendido a los hijos de la técnica y la especialización, a los expertos de las vidas ajenas.
- La guerra madre, la guerra... - , decías, entre lágrimas, Miguel.
La violencia es pasiva, a ráfagas tan contundente que achica los corazones.
La impunidad nos roba valientes y se pierde el rumbo; nos llamarán a la guerra cuando se sientan ya preparados, cuando estemos solos ante la tele con una cerveza cansina en la mano.
Han perdido los bares su humo, y parece que con él su silla y su bastón. No se encuentra un purito ni una copa de coñac, ¿Se han muerto los bares, Antonio?, ¿quién ha quemado las tertulias y las residencias?, ¿se han ido ya los estudiantes, señor Mairena?